miércoles, 16 de mayo de 2012

Nunca nadie me lo dijo

Crecí en una familia cristiana, de corte evangélico. Devoción no es una palabra que nos caracterizara. Recuerdo la última vez que fuimos a una iglesia debe haber sido en 1984 o 1985. La encontramos quemada, hecha cenizas. Es el último recuerdo que tengo de una iglesia en mi infancia.

Me enseñaron a dar gracias a Dios antes de comer, a leer la biblia, a no robar, ni mentir, a respetar a los demás y respetarme a mi mismo, pero nunca me dijeron que Cristo había muerto y resucitado para pagar el precio de mis pecados. Nunca nadie me dijo que Jesús era el Hijo de Dios que había venido a este mundo a pagar el precio de todos nuestros pecados sólo por amor, para que así puediéramos volver a tener paz con Dios y nosotros mismos.

El tiempo me enseño a mentir, a robar, a destruirme a mi mismo. Nunca nadie me dijo que en Jesús encontraría las fuerzas necesarias para resistir toda tentación. Durante muchos años luché con mis propias fuerzas, en base a mi propia filosofía para tratar de no ser como los demás. Me escondí en las doctrinas políticas más raras que encontraba, pero no lograba encontrar paz.

Nunca nadie me dijo que ese vacío interior podía ser llenado sólo pidiendo a Jesús que lo hiciera. Traté de llenarlo con violencia, filosofía, alcohol, drogas, sexo. Traté durante años de escapar de mi mismo. Busqué ganar más y más dinero para así conseguir más cosas. Pensaba que algún día una mujer se enamoraría de mi y todo cambiaría.

Pero siempre despertaba con esa sensación de vacío. Cada vez que se me quitaba la resaca pensaba "¿esto es todo?". No podía convencerme que lo mejor que podía ofrecerme la vida era un dolor de cabeza, los oídos zumbantes, un escozor en la entrepierna y boca seca.

Nunca nadie me dijo que Dios existía y ayudaba, nunca nadie me dijo que Él podía ayudarme a tomar las decisiones correctas. Por lo tanto me dejé llevar por mi codicia y fui estafado. Descubrí que aunque el dinero no es todo en la vida, su ausencia provoca daños fuertes.

Nunca nadie me dijo que Jesús vino a liberar a los cautivos, que aún en mi estado Él podía echar todo por tierra y hacer nuevas las cosas. Recuerdo una mañana en que estaba desesperado buscando trabajo. Había jugado todas mis cartas y me quedaba dinero suficiente como para un mes de renta. Recuerdo de verdad sentirme atrapado en mi propio juego. Me acordé de mi infancia, me acordé de esa iglesia quemada y cómo esas personas adoraban y glorificaban a Dios a pesar de su desgracia.

"Dios  -dije-... No sé si existes. No sé si estas ahí, pero si de verdad existes... necesito un trabajo y lo necesito ahora..."


Nunca antes había dicho algo con tanta sinceridad. Ahí estaba, solo, en mi departamento, sin amigos, sin familia, sin polola, sin moto, sin muebles, sin dinero. Nunca antes me había sentido tan desnudo y tan desamparado. ¡Estaba hablando sólo! Colgado de una red wi-fi me puse a enviar currículums... lancé mis dados.


Dos horas después me llamaron de Lanix Chile... y aquí sigo hoy...

Nunca nadie me dijo que Dios puede dar pruebas de su existencia. Nunca nadie me dijo que Dios nos ama. Nunca nadie me dijo que Dios restaura las vidas de quienes lo permiten.

Recuerdo la incomodidad del primer día en la iglesia. Sentirse observado, sentirse solo, sentirse extranjero. Darse cuenta de la imperfección de la obra humana, de la falta de calidez y afecto de los cristianos. Quise huir, pero me quedaba algo de orgullo y dignidad, asi que decidí permanecer ahí, muy a mi pesar.

"Él cumplió su parte -dije- Ahora me toca a mí cumplir la mía"

Nadie me dijo nunca que Dios premia la fidelidad. Nadie me dijo nunca que Dios te habla personalmente. Nadie me dijo nunca que Dios no vive en las iglesias y que puedes llamarlo desde cualquier lugar.


Creí haber recuperado todo, el dinero, la moto, la estabilidad. Comencé a volver a mis andanzas, comencé a dejar de cumplir mi parte.

Nadie me dijo nunca que Dios nos cuida, que Él mismo vela por nosotros y nos mantiene a resguardo de aquello que nos hace daño. Nadie me dijo nunca que Dios respeta nuestras decisiones, que no nos obliga a obedecerle.

Mi corazón estaba destrozado. Nunca había amado a alguien de esa manera. Nunca había dado todo por una mujer, jamás me habían despreciado y destruido de esa forma. Conocí el caos de un corazón destrozado, de un alma decepcionada.

Nunca nadie me dijo que Dios corresponde nuestra rabia con silencio. Nadie nunca me dijo que Dios pone la otra mejilla cuando lo abofeteas, nunca nadie me dijo que el único camino para llegar a Dios es Jesús.

Y ahí estaba, en el suelo, llorando desesperadamente. Deseaba la muerte, deseaba dormir por siempre, deseaba escapar de mí mismo, deseaba con todas mis fuerzas llenar ese vacío oscuro y terrible que sentía en mi interior.

"Jesús.... Jesús.... - decía entre sollozos- . . .Jesús... Jesús"

Mis lágrimas mojaron el plumón, las sábanas, el colchón y mi ropa. Gotas y gotas caían desde mis ojos como la lluvia en una tormenta. Estaba en el suelo, ni siquiera podía levantar mi cara.

Nunca nadie me dijo que Jesús restaura vidas. Nunca nadie me dijo que Jesús perdona. Nunca nadie me dijo que Jesús puede tomar una vida hecha pedazos y construir una nueva.

Fue el primer día de mi vida.

Uno de los fariseos invitó a Jesús a comer, así que fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Ahora bien, vivía en aquel pueblo una mujer que tenía fama de pecadora. Cuando ella se enteró de que Jesús estaba comiendo en la casa del fariseo, se presentó con un fraco de alabastro lleno de perfume. Llorando, se arrojó a los pies de Jesús, de manera que se los bañaba en lágrimas. Luego se los secó con los cabellos; también se los besaba y se los ungía con el perfume.

Al ver esto, el fariseo que lo había invitado dijo para sí: "Si este hombre fuera profeta, sabría quien es la que lo está tocando, y que clase de mujer es: una pecadora."

Entonces Jesús le dijo a manera de respuesta:

- Simón, tengo algo que decirte.

- Dime, Maestro -respondió.

- Dos hombres le debían dinero a cierto prestamista. Uno le debía quinientas monedas de plata, y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. Ahora bien, ¿cuál de los dos lo amará más?

- Supongo que aquel a quien más le perdonó -contestó Simón.

- Has juzgado bien -le dijo Jesús.

Luego se volvió hacia la mujer y le dijo a Simón:

- ¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado los pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió los pies con perfume. Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama. Entonces le dijo Jesús a ella:

- Tus pecados quedan perdonados.

Los otros invitados comenzaron a decir entre sí: "¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?"

- Tu fe te ha salvado -le dijo Jesús a la mujer-; vete en paz.
(Lucas 7:36-50 NVI)

Nunca nadie me dijo que Dios perdona....

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