viernes, 12 de abril de 2013

Saliendo de Egipto

Todos tenemos un propósito en esta vida. No estamos aquí por azar como dicen algunos que se hacen llamar “sabios”. Tú, que lees esto, debes saber que Dios ha escrito un destino para ti, sin importar las circunstancias que te trajeron a este mundo, tomar ese destino perfecto y hacerlo real depende de tu decisión.

“Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito de muchos hermanos.” (Romanos 8:29)

Tomemos la historia de Moisés. Después de que Jacob se estableció con sus hijos en Egipto durante los 7 años de hambre, los israelitas comenzaron a crecer y a multiplicarse. Cuatrocientos años después de la llegada de los israelitas a Egipto, el escenario había cambiado. Los faraones habían olvidado a José y comenzaron a ver a los israelitas como una amenaza para su existencia nacional. Por lo tanto, decidieron someterlos a la esclavitud a fin de disminuir su poderío.

“Murieron José y sus hermanos y toda aquella generación. Sin embargo, los israelitas tuvieron muchos hijos, y a tal grado se multiplicaron que fueron haciéndose más y más poderosos. El país se fue llenando de ellos.
Pero llegó al poder en Egipto otro rey que no había conocido a José, y le dijo a su pueblo: <<¡Cuidado con los israelitas, que ya son más fuertes y numerosos que nosotros! Vamos a tener que manejarlos con mucha astucia; de lo contrario, seguirán aumentando y, si estalla una guerra, se unirán a nuestros enemigos, nos combatirán y se irán del país.>>
Fue así como los egipcios pusieron capataces para que oprimieran a los israelitas. Les impusieron trabajos forzados, tales como los de edificar para el faraón las ciudades de almacenaje de Pitón y Ramsés. Pero cuanto más los oprimían, más se multiplicaban y se extendían, de modo que los egipcios llegaron a tenerles miedo; por eso les imponían trabajos pesados y los trataban con crueldad.” (Éxodo 1:6-12 NVI)
No contento con eso, el faraón dio la orden de que todos los recién nacidos varones del pueblo de Israel fuesen eliminados. Fue durante este genocidio que nació Moisés. Temiendo que el niño fuera asesinado, su madre lo ocultó por un período de tres meses, hasta que ya no pudo más. Luego ideó la estratagema de poner al niño en una cesta de papiro impermeabilizada y esperar.

Quiero hacer un alto aquí, y llamar la atención de un punto. ¿confías en Dios? Muchas veces uno quiere tener el control de todo, pero hay casos en que se deben dejas las cosas a un lado y confiar en Dios. Si realmente creemos que Él tiene la situación bajo su control, debemos tener la disposición de hacernos a un lado y permitir que sea Él quien dirija el desarrollo de las cosas.

Moisés creció y fue entregado a la hija del faraón. De este modo fue educado en los estándares reales del Egipto, por lo que debe haber sido un hombre muy instruido y culto. No obstante, a pesar de su instrucción, no olvidó de donde venía.

  • ¿Has llegado alto?
  • ¿Has olvidado de donde vienes?
No importa cuán peligroso sea el entorno. Moisés nació en medio de un genocidio, pero Dios tenía planes para su vida y siempre lo cuidó.

Moisés no olvidó su origen y siempre vio a los israelitas como sus hermanos.

Se dice que un hombre, donde ve una necesidad debe ver un llamado. Con mayor razón aún, si creemos en Cristo, ahí donde vemos necesidad debemos ver un llamado. En lugar de quejarse y decir “Que alguien arregle eso”, debemos subirnos las mangas y ponernos a trabajar.

Y eso fue lo que hizo Moisés. Al ver la opresión de su pueblo, sintió en su corazón que debía hacer algo. Pero en este punto siempre hay dos caminos: El que se hace con nuestras propias fuerzas, y el que se hace con las fuerzas de Dios.

“No será por la fuerza ni por ningún poder, sino por mi Espíritu -dice el SEÑOR todopoderoso-” (Zacarías 4:6b NVI)
Moisés primero comenzó con sus propias fuerzas, y terminó huyendo al desierto. Tendría que pasar un largo proceso para que volviera a presentarse ante el faraón para liberar, esta vez, de forma definitiva a su pueblo.

Quiero enfocarme por un minuto en esto: ¿Cuántas veces hemos intentado hacer algo por nuestra propia fuerza?

Me atrevería a decir que la mayoría de las veces. Pero cuando Dios hace las cosas por medio de su Espíritu, debemos prepararnos para que todo se haga más lentamente. No a nuestra pinta, sino en los tiempos de Dios. ¿Por qué es así? ¡porque Él conoce todo! Nos conoce tan bien que primero debe tratar con nuestro carácter y con las circunstancias a nuestro alrededor.

Y fue en medio del desierto donde Moisés fue preparado. Tuvieron que pasar largos 40 años antes de que Dios le diera la orden directa de ir a buscar a Su pueblo. El desierto siempre es un lugar de preparación. Seco, duro, árido, pero es el lugar donde Dios moldea nuestro carácter para que hagamos la obra perfecta conforme a sus planes.

Cuando Dios traza un propósito para nuestra vida, tenemos dos opciones: O nos hacemos los desentendidos, o nos inclinamos para hacer su voluntad. Esto no es arbitrario ni por capricho. Dios sabe con quiénes te has de enfrentar y debe prepararte. Cuando Él traza el plan, siempre estarás bajo su cuidado, Él te protegerá.

Cuando Moisés se presentó ante faraón, era otro hombre. Dios lo había moldeado en el desierto y entrenado como líder político, religioso y militar para guiar a la nueva nación.

Durante mucho tiempo me pregunté por qué Dios necesitó asolar a Egipto con plagas y gran despliegue de fuerza para sacar a Israel de ahí. Hoy he entendido que en ese momento los israelitas no conocían a Dios. Vivían como esclavos en medio de un país politeísta con dioses falsos. Necesitaban conocer al verdadero Dios viviente para así entender que realmente iban tras alguien verdadero.

Fue en este instante donde Dios dejó en claro no sólo el pacto por el cual sacaría a Israel de Egipto, sino que también envió una poderosa señal para nosotros: El cordero sacrificado, con cuya cuya sangre se pintaría el marco de la puerta de cada casa de Israel. El ángel de la muerte pasó por Egipto, pero no entró a las casas que tenían la sangre del cordero. ¡Que imagen más clara de la obra de Cristo! Es el mismo cordero que Dios proveyó a Abraham en el monte. Y hoy, cubiertos por la sangre de Cristo, tenemos seguridad que la muerte pasará junto a nosotros, pero no nos retendrá.

Dios marchó al frente de su pueblo. Abrió el mar, y ahogó al enemigo que perseguía a su pueblo. ¡Dios mismo, en persona guiaba a su pueblo! Del mismo modo que los israelitas tenían frente a ellos la columna de nube y la columna de fuego, hoy tenemos el antiguo testamento y el nuevo testamento. Dios ha plantado estas columnas en nuestra mente y en nuestro corazón para que sigamos por el camino que Él nos ha preparado.

“Éste es el pacto que después de aquel tiempo haré con la casa de Israel -dice el SEÑOR-: Pondré mis leyes en su mente y las escribiré en su corazón. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.” (Hebreos 8:10 NVI)
 El viaje no estuvo exento de dificultades, ¿sabes? Pero Dios siempre estuvo atento a su pueblo y cuidó de él. Así como Moisés fue salvado en el Nilo, Israel fue salvado en el mar Rojo, así también tu estás bajo el cuidado del Fuerte, del Eterno.

“El que habita al abrigo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso.
Yo le digo al SEÑOR: 'Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío'.
Sólo el puede librarte de las trampas del cazador y de mortíferas plagas, pues te cubrirá con sus plumas y bajo sus alas hallarás refugio” (Salmo 91: 1 - 4)

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