martes, 24 de diciembre de 2013

¿Para qué nació Jesús?

“Porque ni aún el Hijo del Hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45 NVI)

Cuando Dios creó el mundo, todo estaba en armonía, tanto entre los seres creados como entre el hombre y su creador.

El pecado de Adán tornó a la humanidad entera en abierta rebelión contra Dios, e introdujo la muerte y la destrucción al universo. Cuesta entender cómo una acción tan simple como el comer de un fruto tuviera tantas consecuencias; pero no debe sorprendernos que hasta el día de hoy, los delincuentes se justifiquen a sí mismos en base a lo “simple” de sus acciones. El problema de fondo es que simplemente no sabemos medir las consecuencias de nuestros actos.

Entendiendo esto, podemos ver que el estado actual de las cosas es imposible de solucionar. En realidad sabemos que no existe ni doctrina, ni filosofía, ni gobierno ni autoridad que pueda restituir el mundo a su estado original. Por más que nos esforcemos en poner en práctica las más hermosas utopías, el resultado final siempre será el mismo: corrupción, abusos, muertes, etc.

Nadie mejor que Dios comprende este hecho; y fue por eso que Él mismo decidió proporcionar la solución a tan tremendo disparate causado por el hombre, fue en Edén mismo que Dios le dijo a Satanás:

“Pondré enemistad entre tu y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tu le morderás el talón.” (Génesis 3:15 NVI)

Dios dijo que en algún momento futuro (para aquel entonces), nacería alguien de la mujer que derrotaría a Satanás aplastándole la cabeza, aún cuando recibiría un daño en el proceso.

Cuando leemos la Biblia y estudiamos la historia del mundo, nos damos cuenta que desde entonces la historia humana ha estado llena de guerras, muertes, plagas, traiciones, abusos, insensatez y tragedias.

Este estado de cosas es patente, y no hace falta ser un genio o un teólogo para darse cuenta que este mundo necesita arreglo, la Biblia lo expresa en estos simples términos:

“Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto.” (Romanos 8:22 NVI)

Dios prometió que arreglaría esto. Pero no sería una reparación simple.

Cuando la humanidad estaba en su infancia necesitó reglas estrictas a fin de tener un camino que le mantuviera viva; luego en un momento clave de la historia; el salvador prometido en el Edén vino a este mundo. El profeta Isaías, que vivió casi mil años antes de Jesús, lo describió de una forma magistral, como si hubiera visto el nacimiento con sus propios ojos:

“Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz.” (Isaías 9:6 NVI)

Este hombre, “simiente de mujer” sería no sólo quien vencería a Satanás aplastándole la cabeza, sino que sería capaz de volver a poner el orden en el universo y gobernaría la tierra con justicia y paz.

“Él juzgará entre las naciones y será árbitro de muchos pueblos. Convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces. No levantará espada nación contra nación, y nunca más se adiestrarán para la guerra.” (Isaías 2:4 NVI)

“El lobo vivirá con el cordero, el leopardo andará con el cabrito, y juntos andarán el ternero y el cachorro de león, y un niño pequeño los guiará. La vaca pastará con la osa, sus crías se echarán juntas, y el león comerá paja como el buey. Jugará el niño de pecho junto a la cueva de la cobra, y el recién destetado meterá la mano en el nido de la víbora. No harán ningún estrago en todo mi monte santo, porque rebosará la tierra con el conocimiento del SEÑOR como rebosa el mar con sus aguas.” (Isaías 11:6-9 NVI)

Esta tarea no sería un paseo por el campo. El enviado de Dios nació en un hogar pobre y debió escapar a muy temprana a edad porque querían asesinarlo. Creció como cualquiera de nosotros. Quizá se enfermó cuando niño, quizá tuvo fiebre, quizá pasó frío, fue vulnerable y frágil, se vio sometido a tentaciones y quizá cometió alguna travesura.

El enviado de Dios, creció como un hombre, y vivió una vida ejemplar. Nos dio las enseñanzas más sensatas que jamás podríamos haber recibido, y fue el más generoso de todos ya que teniendo un poder impresionante, nunca lo usó en favor propio. En resumen, vivió una vida perfecta ante los ojos de Dios, la vida que ni tú ni yo jamás podremos vivir y, una vez llegado el tiempo, presentó esa vida como sacrificio para que su sangre fuera derramada en lugar de la nuestra; a fin de cumplir la condena que Dios, como parte injuriada en este juicio celestial, demandaba de nuestra parte.

Jesús vino a vencer a Satanás, a deshacer la obra de destrucción que el hombre comenzó, a enseñarnos normas básicas de vida para tener paz y civilización, a sanar, a amar, y encima de todo esto a reconciliarnos con Dios.

“El Espíritu del SEÑOR omnipotente está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar las buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a sanar los corazones heridos, a proclamar la liberación de los cautivos y libertad a los prisioneros, a pregonar el año del favor del SEÑOR y el día de la venganza de nuestro Dios, a consolar a todos los que están de duelo, y a confortar a los dolientes de Sión.” (Isaías 61:1-3 NVI)
“Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación.” (2 Corintios 5:19 NVI)

Jesús vino a darnos las respuestas finales, a darnos la paz que tanto anhelamos, a reconciliarnos con Dios, a prepararnos un hogar eterno.

En realidad, sabemos de sobra que Jesús no nació un 25 de diciembre, y sabemos que no hay árboles adornados ni viejos de rojo de por medio. Pero... ¿que importa?

Lo que importa es esto: Jesús puede nacer hoy en tu corazón, si así lo quieres. Espero de todo corazón que puedas comprender que sin Jesús no hay reconciliación con Dios, y por lo tanto no hay paz.

Hoy es el día de tu salvación, hoy es el día en que puedes decir: “Jesús, quiero obedecerte. Dios, perdóname porque estoy en rebelión contra ti”. Eso es en realidad lo único que Dios espera de nosotros. ¿qué te lo impide?

Feliz Navidad!

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